![](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgi4bg7YTy0ZLi024KYgYhCx_r-W3zgA46V_0nkbJZBmiEOaVjCrb6VVtftwP1ss1WmtAvwqt4MoypgqtKdwGFzsDe1fRtDaZQxCfpVR8iS17kkT5LJqrVhnvqgA-OM2FMNua22ubl0yUJW/s400/blog+jose+1.png)
Ahora, frente al compromiso riguroso con la innovación, el progreso y la crítica de las vanguardias artísticas, intelectuales y sociales, al que considera una forma refinada de teología autoritaria, el posmodernismo defiende la hibridación, la cultura popular, el descentramiento de la autoridad intelectual y científica y la desconfianza ante los grandes relatos. Pero, el principal obstáculo proviene justamente del mismo proceso que se quiere definir, porque es eso precisamente lo que falta en esta era: un sistema, una totalidad, un orden, una unidad, en definitiva coherencia y fundamentalmente el sentido hacia lo humano. Increíblemente el postmodernismo fue adoptado tanto por el mundo marxista como por el capitalismo neoliberal, y vale la pena decirlo que ambos sistemas políticos han llevado al hombre al borde del abismo.
A partir de 1980, y con la tercera revolución humana: “la era informática”, parecía que el problema del tiempo del hombre había quedado ahora sí definitivamente atrás. Porque todo se simplificaba, todo era más fácil, y eso es lo que se buscaba. El racionalismo se impuso en un mundo que buscó desesperadamente criterios objetivos para dar solución a sus problemas, claro está, siempre apoyado por la tecnología. De alguna manera se instauraron los procesos y las metodologías de calidad total, reingeniería de los procesos, benchmarking, entre otras. Se promulgaron tal como los evangelios en las organizaciones humanas que estaban ávidas de competitividad. Se instauró el diacronismo (3), y se diseñaron procesos para todo. Mediante la informatización y la sistematización se trató de darle tiempo al hombre para que pudiera pensar. Pero, lo que finalmente sucedió es que se explotó el entusiasmo psíquico-religioso-místico que promulgó la relación humana en la “gran aldea global”. La idea era buena, pero lo que realmente se instauró fue la “Globalización Neocapitalista”, que solo implicó generar un mundo para los negocios de unos pocos que pretendieron mantener un “estilo de vida” insostenible y no sustentable en la actualidad. Con el tiempo el poder de ostentación y la opulencia sin sentido se convirtieron en su propio yugo y demostró la decadencia moral y social de la cultura occidental.
La rapidez que la postmodernidad revela una aceleración histórica y tecnológica nunca antes vista. A tal punto se ha llegado que el filósofo Jean-Francois Lyotard (4) afirma que: “hoy la vida va de prisa”. Ahora bien, esta velocidad tiene un precio. Ya que el hombre se encuentra acosado por los acontecimientos históricos, perturbado por los avances científicos, abrumado por las innovaciones tecnológicas y siente miedo ante el porvenir y los profundos cambios sociales que se están gestando. Incluso hoy podemos hablar de una profunda degeneración del hombre como especie, no solo en lo sexual, sino en lo social, lo cultural, y esencialmente en lo humano. Es decir, todos aquellos aspectos que otrora dignificaron al hombre y lo pusieron por sobre todas las demás criaturas de nuestro mundo.
Ahora bien, que es lo que llevó al fracaso al postmodernismo. Uno de los mayores problemas a la hora de tratar este tema resulta justamente en llegar a un concepto o definición precisa de lo que es la posmodernidad. La dificultad en esta tarea resulta de diversos factores, entre los cuales los principales inconvenientes son la actualidad, y por lo tanto la escasez e imprecisión de los datos a analizar ya de que el postmodernismo impuso la regla del no tiempo, es decir, “todo para ayer”. El pasado no sirve como referencia y no hay un futuro claro o no conviene hacer proyecciones o pronósticos. De vuelta la humanidad cayó en la anacronía. La propuesta es vivir en el hoy que es lo que tenemos, pero el presente no existe, es un espejismo, o es solo aspiración para la gran mayoría. El postmodernismo fracasó y en su fracaso dejó una humanidad más defraudada que nunca, tanto quienes tienen todo, como los que no tienen nada, están sin estímulos, sin objetivos de vida y no encuentran sentido a su existencia. Los culpables: el materialismo, el racionalismo y el realismo del dinero, que se acomoda a todas las tendencias y necesidades, siempre y cuando tengan poder de compra.
Como también la falta de un marco teórico válido para poder analizar extensivamente todos los hechos que se van dando a lo largo de este complejo proceso que se llama posmodernismo. Pero el principal obstáculo proviene justamente del mismo proceso que se quiere definir, porque es eso precisamente lo que falta en esta era: un sistema, una totalidad, un orden, una unidad, en definitiva coherencia y para lograr todo esto se requiere dedicarle tiempo, es decir tiempo al pensamiento humano. Tenemos que preguntarnos y responder las siguientes preguntas:
• ¿Buscamos el pensamiento único o apreciamos la diversidad?
• ¿Qué necesitamos un estilo de vida global o pluralidad cultural?
• ¿Queremos ser ricos o ser felices?
• ¿Queremos un mundo sano o un mundo decadente?
• ¿Queremos un mundo para pocos o para todos?
• ¿Tenemos valores sagrados o todo es cuestionable?
• ¿Estamos dispuestos a sacrificar algo de lo que tenemos?
• ¿Qué es lo que dignifica al hombre?
• ¿Cómo nos completamos con las cosas?
• ¿Qué cosas realmente necesitamos para ser felices y prosperar?
Estas son algunas de las preguntas esenciales que se deberán hacer y responder si queremos salir de este pozo, en el que nos dejado inmersos el posmodernismo. Hoy somos modernos, postmodernos e hipermodernos si se quiere, pero hemos desnaturalizado a nuestra especie y hasta la hemos degenerado con total impunidad siguiendo búsquedas banales, y si se quiere, degradantes. El costo ha sido demasiado alto.
Tampoco no faltarán quienes no se inclinen por ninguno de los dos extremos de las cuestiones up supra presentadas, pero esos son los que buscan evitar el compromiso y de alguna manera “safar”. Sabemos, que siempre estarán presentes: los inactivistas, es decir, los mediocres de siempre. Incluso en este mundo de hoy hay quienes en la postmodernidad que prefieren la intuición a la racionalidad del método, la experiencia subjetiva a los sistemas metafísicos. Cultivan el emocionalismo, el eclecticismo, el sincretismo, el placer, pero por otro lado toleran la economía deshumanizada que impacta sobre los consumidores de manera tal que los convierte a ellos mismos en bienes de consumo. Estamos en un mundo que ha impuesto un nuevo dogma: “consumo luego existo”.
La postmodernidad ha igualado las condiciones colectivistas e individualistas de las personas, lo cual ha generado grandes conquistas sociales, pero también grandes devastaciones. Ya que en la postmodernidad hay espectaculares avances científicos-tecnológicos, pero ha aumentado la violencia irracional y enfermiza. Por otro lado, se ha extendido el desempleo, ha aumentado la pobreza y hoy día lamentablemente es común la prostitución infantil. Ya que el mundo está lleno de degenerados ávidos de corromper las almas sumidas en la miseria.
![](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhJQ-qOeXdHPmEli8kCY8Hlr_CPb00Np21wnCdhP_TAlsYQgPYvyY61u9BhLb8UsR1fotyfpWn1xWMNNwkJTaTtbPrek2LabrssZmbmRSNClS-ikl4EesEzjHgatIk7AQSIrtT3szI7mcZb/s400/blog+jose2.jpg)
Debemos darle a Khronos el espacio justo en nuestras prioridades, por más Dios que pretenda ser, el tiempo no nos debe gobernar. La humanidad tiende a hipervalorar al tiempo, incluso pareciera proyectar sus aspiraciones en el tiempo, y espera que todo le llegue con el tiempo. Como si todo fuera alcanzable sin sacrificio, sin esfuerzo, o sea, la felicidad llegará con el tiempo. Desde ya que transferir al tiempo lo que debe ser realizado por la humanidad es una insensatez, y transferir para el futuro lo que se debería hacer hoy es una evasión cobarde. El agente de cambio, quien construye la historia es el hombre no el tiempo. En las organizaciones humanas nunca hay tiempo para lo que debería hacerse, en la política no hay tiempo, en las relaciones humanas tampoco nos damos tiempo para resolver conflictos. La tiranía de Khronos nos gobierna, claro porque aún somos postmodernos y eso implica rapidez.
La cronología mide el curso del tiempo, pero no pondera situaciones humanas e incluso inhumanas. Ya que el hombre tiene significado, pero el tiempo no. Y la ilusión cronológica nos lleva a pensar que el manejo del tiempo es el manejo de la vida. Todo lo contrario, somos esclavos del tiempo, el que con su rigor nos impone un estilo de vida ajeno a nuestra cultura y a nuestro ser y sentir. Por lo que la sociedad latinoamericana deberá gestar sus propios modelos y valerse de toda su potencial creativo, capacidad y de la audacia necesaria para recrearse a sí misma.
Se debe tener en cuenta además, que mientras en países como Alemania el trabajo es metódico y con un ritmo regular, en nuestros países latinoamericanos se trabaja intensamente pero no de forma sostenida (por distintos motivos, desde los climáticos a los que tienen que ver con nuestra idiosincrasia). Este es un rasgo cultural basado en la distinta percepción del tiempo, así hablamos de culturas monocrónicas y culturas policrónicas. En una cultura monocrónica como la alemana la gente puede ocuparse a una sola tarea a la vez, en nuestras culturas policrónicas podemos iniciar varias tareas de manera simultánea, e incluso dejar varios espacios de tiempo hasta la terminación de cada una de ellas. En las culturas monocrónicas, los compromisos con las fechas son prioritarios, mientras que, en las culturas policrónicas los plazos son objetivos revisables. Lo cual hace aún más inaplicable el marketing tradicional en nuestros mercados.
Por su lado, el fatalismo cronológico obedece al mando de: “necesitamos revertir la situación ya mismo”; agravado con un lamentablemente muy común: “no hay tiempo para investigación alguna”. Y nada inmoviliza más a la gente de nuestra tierra que no darle el tiempo para hacer las cosas bien. Desde nuestra óptica del marketing esencial latinoamericano, nuestra región no puede tolerar más la imposición de modelos foráneos de marketing y que el fatalismo cronológico inmovilice a nuestras organizaciones. Nuestro marketing esencial latinoamericano se basa en la interpretación profunda de la problemática del mercado, no en las consecuencias de las acciones mercadológicas. Si no atendemos a las causas, jamás llegaremos a la esencia del problema. Y sin esto solo queda la aleatoriedad del resultado, y para el caso del marketing tradicional, ya conocemos su lamentable estadística: 85% de fracasos, 15% de aciertos.
Frente al tiempo nuestra actitud debe ser más de iniciativa que de expectativa, los latinoamericanos de una vez por todas tenemos que darnos cuenta que debemos ser agentes del cambio y no pasivos usuarios de modelos realizados para otras culturas y otras estructuras sociales y económicas. Tampoco podemos esperar que nos cambien la vida desde afuera ya sea con propuestas mágicas o reglas impuestas por los cómplices locales de intereses foráneos. Mucho menos aún mantener la situación actual como sea, ya que la inactividad puede parecer cómoda inicialmente, pero su ineficacia futura nos puede dejar afuera de todo. No por nada, Jürgen Habermas nos decía que el ser humano necesita dejar de lado la alienación, para lo que deberá adquirir sentido crítico, decidirse y participar, ya que no puede transferir su responsabilidad al tiempo.
Copyrigth © José Antonio París
1. Se llama sincronismo, la convergencia de eventos relacionados.
2. Un anacronismo se refiere a algo que no se corresponde, o parece no corresponderse con la época a la que se hace referencia.
3. Dícese de los fenómenos que ocurren a lo largo del tiempo, así como de los estudios referentes a ellos. Sucesión de actividades en el tiempo.
4. Lyotard, Jean-Francois. La condición postmoderna, informe sobre el saber. 2da. Ed., Ed. Cátedra. Buenos Aires, 1991.